Él parecía ser mi mundo entero. Yo le quería muchísimo, y aunque él no lo sintiera del mismo modo, también parecía quererme como amiga. Cuando lloraba o me encontraba mal venía a animarme. Andábamos todas las mañanas de camino al colegio juntos, me levantaba media hora antes con tal de poder ir con él y sentir su cálido abrazo que me resguardaba de las frías mañanas de invierno.
Parecía que le importaba, y sentía que con cada día que pasaba le quería más. Mis amigas lo sabían, y me animaron a contárselo. Craso error, pienso ahora. Me hice demasiadas ilusiones que se rompieron en miles de pedazos con tan solo un corto mensaje. Aunque para mi todo hubiera cambiado porque andaba con un cuidado especial, él intentaba aparentar que todo seguía igual.
Así pudieron pasar semanas, hasta que me sentí traicionada. De un día para otro él y mi mejor amiga se enamoraron y comenzaron a salir sin decirme nada. Aún me duele al recordar el dolor que guardé esa noche para no estropearles la velada.
No aguanté demasiado... les veía todos los recreos. Besándose, acariciándose, abrazándose. La miraba como yo siempre había soñado que me mirara a mi. Pero eso nunca pasó, hasta parecía regocijarse en mi dolor.
La echaba la culpa a ella, nos enfadamos. Rectifico, me enfadé. Quería parecerme a ella para que se fijara en mi, quería ser ella para poder fundir nuestros labios en un dulce beso como ocurría en mis sueños.
Tampoco ocurrió, nada que yo quería pasó. Admito haber hecho alguna tontería de la que no estoy nada orgullosa. Los días llorando, tantos llantos... ya no le tenía para volver a hacerme reír. No recuerdo haber sufrido y querido a ningún chico como a él.
Me pregunto si alguna vez llegué a importarle de verdad, no se inmutó siquiera al perderme.
Lección aprendida. Por mucho que creas importarle a una persona, te pisoteará si es un adicto al amor. Las amigas son para siempre, los amores van y vienen.
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